Somos en un mundo que aun habla en masculino y donde las mujeres nos encontramos en una situación de desigualdad en los distintos ámbitos de la vida (profesional, social, familiar, laboral, etc.).
Ser mujer significa, en los mejores de los casos, tener que demostrar con más esfuerzo a los hombres nuestra valía o entrar más fácilmente en la precariedad y padecer más dificultades para salir; en los perores de los casos, ser víctimas de violencia machista, de acoso sexual o de maltratos psicológicos o físicos.
Durante siglos, y aun en muchos lugares del mundo ahora mismo, las mujeres hemos sido recluidas en el ámbito doméstico, al trabajo reproductivo y a la invisibilidad social. No obstante esta discriminación, infravaloración y desprestigio, el trabajo doméstico y el tener cura son indispensables para la supervivencia de las familias. El rol femenino se ha asociado a autosacrificio, altruismo, vivir “por los otros”, afectividad, donación, etc. Se han construido imágenes positivas de las mujeres relacionadas con la maternidad, la emotividad, la paz, etc. pero también imágenes negativas, la mujer como objeto sexual, como ser propiedad del hombre.
La sociedad patriarcal, sexista y andrógena construye las desigualdades de género a partir de la dominación masculina y la subordinación femenina. Las diferencias biológicas se han utilizado por naturalizar, legitimar y perpetuar las desigualdades de género. Las mujeres pobres son el sector más discriminado de la población mundial. Desde hace años tenemos una creciente feminización de la pobreza que hace a muchas mujeres de todo el mundo más dependientes y vulnerables: no derecho a voto, limitación en el acceso a la educación y al trabajo remunerado y la no participación en espacios públicos son algunas de las situaciones que aún se reproducen.
En nuestra sociedad, a pesar de los avances que se han producido en igualdad entre hombres y mujeres, seguimos con una discriminación ben patente: mayores tasas de paro y precariedad laboral, sueldos, cargos de poder y decisión, cura del hogar y de los infantes o familiares dependientes. Para la mayoría de mujeres existen la doble o triple jornada laboral. Esto repercute en su salud (mayor esperanza de vida pero peor salud autopercibida), con menos tiempo de descanso y ocio, y peor calidad de vida. Además, estos avances han supuesto para muchas mujeres padecer más situaciones de violencia de género y maltrato.
El equipo de profesorado, PAS y estudiantes del Campus Docent Sant Juan de Déu denunciamos esta situación de injusticia mantenida, la falta de efectividad de muchas de las acciones que se realizan para reducirla y la escasa voluntad política para construir una sociedad justa y equitativa. Nos adherimos a todos los actos organizados para reclamar y exigir romper esta lacra de nuestra sociedad.
8 de marzo de 2018
Campus Docent Sant Joan de Déu